Lo vieron de reojo, con envidia. Nadie le regaló un saludo. Pocos sabían su nombre, pues en contadas ocasiones lo veían.
Con total parsimonia caminó a la ventanilla. Firmó el recibo, tomó su cheque y salió campante del edificio, en el cual no volvería a poner un pie, sino hasta quince días después.
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