lunes, 4 de enero de 2010

LA RANA DEL BANJO

Desde hacía varios meses la miraba embelesada cada vez que ella se dignaba a aparecer. No le importaba que jamás usara una gota de maquillaje. Con todo y su cara pálida, completamente lavada, ante sus ojos no había, al menos en la Tierra, nada que se le comparara, nada más brillante que ella.

Era por eso que, profundamente enamorada, cada tarde la rana se paraba en la punta de la rama más elevada del altísimo pino que sobresalía en la loma, sólo para cantarle a la luna, acompañada de su pequeño banjo, fabricado con una cáscara de pistache.

Hasta el momento, los intentos de la rana habían sido infructuosos. Lo único que parecía conseguir en sus largas jornadas de canto era un dolor de cuello y calambres constantes en las ancas, tras horas y horas de lanzar al aire sonidos inconexos. Pero el enorme satélite permanecía impávido ante el croar del anfibio, quien sin embargo nunca perdía la esperanza de lograr un acercamiento con su amada.

A la rana le tomó algo de tiempo comprender que no todas las noches le sería posible ver a la luna en su esplendor, pues eran raras las ocasiones en que se dejaba ver de frente. A veces aparecía de perfil y en otras ocasiones ni siquiera asomaba la nariz. La rana entendió esto como una señal de indiferencia.

Conforme pasaban las noches, la rana se desesperaba al no lograr contacto alguno con la chica de sus sueños. Finalmente, una tarde se dio cuenta de lo obvio: tenía que aprender a hablar, era la única solución.

A la mañana siguiente, después de desayunar moscos con miel, la rana salió de casa, saltando y saltando por un par de horas, hasta que llegó a la biblioteca del pueblo más cercano. Una pesada puerta giratoria le cerraba el paso, por lo que tuvo que esperar a que un anciano que cargaba varios libros para devolución entrara al edificio.

Brincó escaleras arriba y entró al área abandonada donde se guardaban los diccionarios y las enciclopedias. Todas lucían muy grandes y pesadas para ella, por lo que se dirigió hacia El Pequeño Larousse Ilustrado que se encontraba en la parte baja de uno de los estantes.

Encontró que la contraportada ofrecía más de 57 mil palabras y sus significados, locuciones, expresiones, etimologías y conjugaciones verbales. La rana no lo dudó más y al no tener ningún compromiso pendiente, decidió quedarse en la biblioteca, devorando el libraco situado bajo sus patas. Seis días le bastaron para volverse una completa docta en las letras hispánicas, más una tarde adicional que pasó estudiando el contenido de un cancionero, sobre el cual cayó dormida de cansancio.

Al amanecer del séptimo día, salió arrastrándose a causa del hambre y la sed. Casi murió decapitada en su intento por dejar el edificio, pues unos niños entraron corriendo por la puerta giratoria más rápido de lo que ella podía despegarse del suelo para saltar en dirección contraria. Para su fortuna, llovía en el exterior, lo cual la reanimó para emprender el viaje a casa.

Después de comer guayabas, la rana tomó un baño, se perfumó, afinó su banjo rápidamente y tras ello, lo amarró a su espalda. Ya era media tarde y sólo faltaban unas horas para que cayera la noche.

La rana llegó a la punta del pino más temprano de lo que imaginaba, lo cual en cierta forma la puso ansiosa. No quería que pasara ni un solo segundo más para demostrarle con palabras sus sentimientos a la luna.
Tras varios minutos que parecían semanas, por fin apareció. A pesar de lucir inexpresiva, distante y fría, en esta ocasión se veía completa, gigante, e hipnotizante como siempre.

Un poco nerviosa por encontrarse al fin frente a su amor platónico, la rana comenzó a vocalizar, mientras un torbellino de canciones le pasaba por la cabeza. ¿Cuál sería la indicada para empezar la serenata? ¿Qué canción podría llamar la atención de su enamorada? ¿Tenía buen aliento?
No lo pensó mucho más y comenzó a tocar los primeros acordes de una melodía que había aprendido y que comenzaba diciendo “Bésame, bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez”.

Conforme las notas comenzaban a elevarse en el aire, la rana se dio cuenta de que el estado de ánimo de la luna cambiaba. Ahora se veía más radiante, y podía adivinar una suerte de sonrisa reprimida en sus labios. ¡Sí, la canción era un éxito!, pensó la rana, antes de seguir cantando, ahora más fuerte, mientras se alzaba sobre las puntas de sus patas, que amenazaban con despegarse de la rama para hacerla caer.

Por fin, la luna abrió sus ojos y miró a la rana, que por medio de las estrofas suplicaba por un beso. Con un guiño aceptó cumplir la solicitud de su pretendiente, por lo que se agachó hasta donde la rana para darle aquello que tanto anhelaba.

Lamentablemente, al mismo tiempo que la luna entregaba sonriente su primer muestra de aprecio al batracio, una sexta parte de la población mundial murió aplastada de forma instantánea, mientras que los sobrevivientes que no perecieron por la onda del impacto y sus consecuencias cataclísmicas, fueron condenados a atestiguar el rápido congelamiento del planeta, propiciado por la abrupta salida de la Tierra de su órbita natural.
***Usted acaba de sufrir otro experimento "literario" de Jorge Tovalín. Nuestro más sincero pésame por las neuronas que acaba de perder por culpa nuestra.