Despúes de quejarme con mis queridos Wachos (nombre clave ñoño que tardaría mucho explicando) sobre lo poco que nos veíamos y lo mucho que platicábamos de tiempos pasados en las contadas veces que nos encontramos al año (en vez de salir a hacer algo juntos y dejar de lado nuestras anécdotas preparatorianas), el buen César, a quien para proteger su identidad llamaremos Trucutú, propuso un campamento.A diferencia de veces anteriores, esta ocasión no contamos con los amables servicios choferísticos de Trucu, quien siempre ponía el zapatomovil (sólo se tardó tres años en darse cuenta de que era explotado vilmente), por lo que viajamos en camioncito hasta Ixmiquilpan, Hidalgo, donde iniciaría la aventura que dejó a más de uno con la dermis achicharrada.