lunes, 12 de abril de 2010

EL ÚLTIMO ACTO

Ella explotó en lágrimas cuando él salió por la puerta. Sabía que era la última vez que lo veía.
Desde entonces, el recuerdo de su espalda atravesando el marco de madera mientras se alejaba le llenó la memoria y sirvió como combustible para innumerables suspiros. Los planes a futuro, que eran tantos, se desmoronaron como un terrón de azúcar que se lanza contra la pared.

Días más tarde, sin ánimos para comer un bocado, tomó asiento en su silla favorita, esa del mercado de pulgas, sin intenciones de levantarse de nuevo.

Vacía, se quedó mirando fijamente una foto de los dos, colocada sobre el librero al otro lado de la sala. Sus ojos se anclaron en las sonrisas de la entonces feliz pareja. Mientras sus piernas se diluían en el aire, sus brazos engarrotados se hicieron uno con la silla. Sintió que el pecho se volvía translúcido y por un momento se identificó con los espectros de los cuentos que le aterraban de niña.

Su columna vertebral se fusionó con el viejo respaldo acojinado, que terminó absorbiendo las pocas lágrimas pendientes por llorar. Cuando su corazón, pesado como una bola de plomo, cayó y dio vuelcos por el suelo, dejó un considerable boquete en el que se escondió el único y felino testigo del acto de desaparición.

Ud. acaba de leer un experimento lacrimógeno, basado en Mimetismo, de Remedios Varo, tarea del Taller de Cuento que cursa este blogger.