
Cuando se dio cuenta de las ganancias que le arrojaban, invirtió un poco más en bienes raíces, y gracias a su habilidad y buena estrella, amasó una pequeña fortuna que le permitió, al paso de un tiempo, hacerse de sendas tierras en Sudamérica, donde los terrenos eran muy baratos.
Hambriento, se arrojó a coleccionar posesiones a lo largo y ancho del mundo, como si se trataran de simples postales de aeropuerto. Después pensó en probar suerte en el negocio restaurantero, por lo que de la noche a la mañana, su cadena de comida rápida se extendió como plaga en todos los países donde tenía actividad, de Canadá a Turquía, pasando por Israel.
Llegó el momento en que no podía adquirir más tierras, y tras haber eliminado a la mayoría de sus competidores, se limitó a dar vueltas por el mundo, despilfarrando su fortuna en cenas lujosas y hoteles palaciegos, sin importarle gasto alguno, pues su cuenta bancaria seguía hinchándose a cada minuto.
Todo pintaba bien para el pequeño Midas, hasta que su mamá lo regañó por hacerle trampa a su hermanito en el Turista.