lunes, 10 de enero de 2011

EL PACIENTE INGLÉS

Cada mañana, la enfermera le extraía medio litro de sangre.

Escoltada por guardias armados, la bolsa de líquido escarlata recorría los pasillos del laboratorio, hasta llegar a una gigantesca cámara frigorífica, donde era almacenada para su posterior análisis y procesamiento.

La fabricación del suero había tomado casi dos décadas. Miles de activistas protestaron a lo largo de los años, pero al final entendieron que alargar indefinidamente la vida de los seres humanos valía cualquier sacrificio.

Con la cabeza a rape, amarrado a la cama y conectado a un sinfín de sondas y aparatos que lo nutrían y monitoreaban, Mick Jagger no dejaba de maldecir el día en que vendió su alma al diablo, a cambio de la inmortalidad.