
Al salir de la cárcel, los fotógrafos lo esperaban. El hombre había sobrevivido a un salto desde las cataratas del Niágara.
Él atribuyó su éxito al barril que había construido con sus propias manos, mismo que le sirvió de efímera embarcación durante el acto.
Aseguraba que el tonel era especial, pues la madera provenía de un roble que había sido golpeado no por uno, sino por dos rayos en la misma tormenta. Por lo mismo, el contenedor era indestructible, afirmó el kamikaze.
La mañana siguiente, el hombre resbaló en la bañera y se partió el cráneo. Sus amigos decidieron honrarlo utilizando su preciado barril como ataúd.
En medio de una fuerte lluvia, mientras el abombado cilindro era depositado bajo tierra, la docena de asistentes al sepelio cayó fulminada, cuando otro rayo hizo pedazos el barril.