Cada mañana, la enfermera le extraía medio litro de sangre.
Escoltada por guardias armados, la bolsa de líquido escarlata recorría los pasillos del laboratorio, hasta llegar a una gigantesca cámara frigorífica, donde era almacenada para su posterior análisis y procesamiento.
La fabricación del suero había tomado casi dos décadas. Miles de activistas protestaron a lo largo de los años, pero al final entendieron que alargar indefinidamente la vida de los seres humanos valía cualquier sacrificio.
Con la cabeza a rape, amarrado a la cama y conectado a un sinfín de sondas y aparatos que lo nutrían y monitoreaban, Mick Jagger no dejaba de maldecir el día en que vendió su alma al diablo, a cambio de la inmortalidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario