Ladrona de sandwiches (usualmente mi lunch), fan de los Fritos y galletas, terror de los pays, tacos de pollo y cualquier comida a la que le diéramos la espalda, Bolita nos hizo muy felices durante quince largos años. Llegó al D.F. con mi hermana, en agosto de 1996, siendo una cachorrita que cabía en la palma de la mano, y se fue al Valhalla ayer, miércoles 11 de enero, entre caricias, besos y lágrimas de nosotros, a quienes hizo su familia. Te extrañamos horrores, trapito.
Nunca había tenido una mascota como tal. Bueno, como a los 7 años tuve una tortuguita, que no debe haber vivido mucho porque prácticamente no recuerdo nada de ella. Solamente su pecera-islote. Probablemente vivió conmigo uno o dos meses.
Cuando mi mamá y mi hermana llegaron al D.F., para vivir de nueva cuenta juntos, en casa de mis abuelitos, lo hicieron con una pequeña invitada: Bolita, una perrita que, según le habían dicho a mi hermana, era hija de una Cocker (quién sabe qué raza sería el padre). Una amiga de mi hermana se la había regalado unos días antes de venirse a vivir a la ciudad de México. Como dice en las itálicas, cabía en una mano. Era diminuta.
La primera y segunda noche en el D.F. tuvo que dormir en una caja de cartón, de la que con saltitos trataba de escapar. Obviamente se le tuvo que comprar una camita, que por cierto se acabo a mordidas, pues era de mimbre, si mal no recuerdo.
Tengo muchos recuerdos bonitos de ella, probablemente el primero sea la vez que, unos días después de su llegada, nos acompañó al mercado que se pone cada lunes cerca de nuestra casa. Más de una persona, al ver que nos cabía en la mano, le dedicó un piropo a Bolita, nombre que por cierto no me convenció del todo en un principio, pues me parecía muy simplón.
A lo largo de los años, más de una vez (sobre todo en el reciente lustro) llegó a comerse mi lunch del trabajo, cuando cometí el error de dejar la puerta del antecomedor abierta. Y en otras tantas ocasiones hizo lo mismo con la comida del día (recuerdo la vez que se comió un enooorme pay de atún, que terminó vomitando, por glotona, o la vez que se comió el pastel de carne que íbamos de la comida familiar dominical. A mí me causó gracia, pero a mi abuelita no mucha).
¿Cómo hacía esto? Muy lista, aprendió a empujar la reja del patio (y con ello, hacer que el pasador de la misma se aflojara), lo que le permitió sus famosas incursiones al antecomedor y a la cocina.
A veces parecía que no podía dejar de comer. No importaba cuánto hubiera en su plato, siempre tenía espacio para galletas, manzanas, o Fritos. Supongo que el ruido de la bolsa y el crujir de la frituras le llamaban la atención. Como no es una idea muy brillante darle comida chatarra a un perro, yo primero chupaba los Fritos para quitarles el exceso de sal, y entonces se los daba, uno por uno, hasta completar unos cinco o seis máximo. Usualmente esto pasaba cuando estaba sentado frente a la computadora, por lo que me gustaba ponerme una fritura en la rodilla, para obligarla a pararse en dos patitas si quería alcanzar su botana (con el paso de los años era válido hacerle esas cosas para hacerla moverse un poco más que de costumbre).
Una vez, calculo que por 1997, tuve que llevarla al veterinario. Cuando la acostamos para la revisión, salió disparada del local, huyendo a toda velocidad, pues ya antes la habían inyectado y eso no le causaba gracia. Corrió por Avenida Observatorio, en sentido contrario a los autos. Me moría de miedo, pues todo parecía que la iban a atropellar frente a mis ojos. Alcanzó a chocar contra la puerta de un auto, que por fortuna no iba más lento. Seguí corriendo para alcanzarla, y el corazón se me subió a la garganta cuando vi que se acercaba un trailer, que por suerte se dio cuenta de que la venía persiguiendo y se detuvo. Otro auto hizo lo mismo. Poco a poco me acerqué a Bola, tratando de no espantarla y hacer que comenzara a correr. Por fin pude tomarla del collar y la cargué. Tremendo susto.
Hace cosa de dos años, o de año y medio, cuando todavía tenía suficiente fuerza en las patas para saltar a la cama de uno, le dio por subirse a mi cama. En especial me gustaba cuando lo hacía por las noches, porque se acostaba sobre mis pies. Se trataba de acomodar, a veces se quedaba unos cinco o diez minutos, y después se iba a su camita.
No sé si lo hacía con mi hermana o con mi mamá, pero cuando se daba cuenta de que yo tenía la pierna cruzada, aprovechaba para pasar una y otra vez bajo la suela de mi zapato, con el fin de rascarse la espalda. Eso me daba mucha risa, porque casi siempre hacía un movimiento parecido al de una sentadilla, moviendo la cadera arriba y abajo para rascarse con mi zapato. Perrita astuta.
Desde hace cosa de un par de años cobré consciencia de la edad de Bola, y por ello comencé a pasar más tiempo con ella, sobre todo haciéndole caricias. Si bien antes no me encantaba que me chupara la mano, ahora no me importaba. Me gustaba que me mordisqueara el puño o que me chupara los dedos. Y me encantaba darle de comer a escondidas, sobre todo cosas nuevas para ella, porque imagino que debe ser aburridísima la comida de perros.
Hace dos semanas, en vacaciones de Navidad, mi hermana tuvo la idea de que mi mamá, Bola y yo desayunáramos con ella en Chapultepec, en una especie de picnic. No sé si lo hizo con la consciencia de que podía ser la última oportunidad de hacerlo, o una mera coincidencia, pero fue una hermosa mañana los cuatro juntos, desayunando sandwiches bajo el sol. Ojalá lo hubiéramos hecho más.
Las últimas dos noches que estuvo con nosotros me la pasé varias horas a su lado, leyendo y acariciándola. Cuando me avisaron que debido a su estado de salud no había otra alternativa viable que dejarla descansar, regresé lo más rápido que pude a mi casa, pues me di cuenta de que cada minuto que pasara en el camino sería uno que no podría pasar con ella.
Llegué a casa, puse un cojín en el suelo y me senté junto a ella. La acaricié, unimos nuestras cabezas, le dije cosas cursis y le puse varias canciones de Los Beatles, como Martha My Dear, la cual le canté, Your Mother Should Know, I need you, Lucy in the Sky with Diamonds, Strawberry Fields Forever, y Penny Lane, durante la cual la cargué en mis brazos, tapada por una cobijita y la arrullé, mientras me salían lagrimones.
La mañana de este miércoles fui el último en salir del veterinario. Tapadita en la misma cobija, ya descansando, me le acerqué una vez más para abrazarla y decirle "Te queremos mucho". Al llegar del trabajo, la estuve buscando por su nombre en las distintas partes donde solía estar: en el patio, abajo del lavadero, en el cuarto de mi mamá y en el de los tiliches, que ahora se ven vacíos. Muy vacíos.
El hueco en el pecho resultó no serlo tanto, pues me dio un ataque de llanto muy angustiante. Hacía años que no lloraba así. Me desarmé por completo. Al terminar, me sentí un poco mejor, creo que tenía demasiado guardado.
En casa mi mamá y mi hermana están desconsoladas. Al parecer mi abuela también le lloró. Siento que se me cayó un cacho de corazón y me lleno de suspiros.
Bolita, trapito, pollito, Bolukel, no sabes cuánta falta nos vas a hacer. Gracias por estos poco más de quince maravillosos años de cariño incondicional. Eres irremplazable, porque eres parte de mi familia.
Te amo, descansa y si puedes, échanos un ojo como siempre.